lunes, 14 de octubre de 2013

Los Murales del mercado Abelardo L. Rodríguez, demantan atención INBA


Los murales del mercado Abelardo L. Rodríguez, demandan atención del INBA y del Fideicomiso del Centro Histórico.

Los trabajos del metrobús, ocasionaron problemas al Mercado y a murales

“Los despojaron de la cubierta de plástico que por años los protegió”, el INBA no informó por qué lo hicieron, denuncia Pablo Ponce Aguilar, locatario del mercado.

 


 Testigos de la transformación arquitectónica de la Ciudad, supervivientes de un estilo pictórico que identificó la ideología de un régimen retórico, viajeros en el tiempo que trascendieron a las modas culturales, y náufragos de las políticas de conservación del patrimonio cultural, los murales pintados en los pasillos, techos y paredes del mercado público Abelardo L. Rodríguez, se resisten a fenecer.

 
Tenaces como los símbolos de lucha obrera, del campesino herido, de la famélica mujer indígena que ofrece su débil seno a un hijo desfalleciente y que ambos se resisten a morir.

O, los mineros y su eterna esclavitud desentrañando riquezas del subsuelo; los pescadores, arrebatando con sus tejidas redes, los peces al mar.
 
 
Figuras, sombras salidas de chimeneas de las fábricas, resistentes como el acero de la hoz y el martillo que plasmaron las dos únicas mujeres norteamericanas que en overoles subieron a los andamios para plasmar la lucha comunista contra el desagarrados capitalismo de donde ellas provenías, las hermanas Greenwood, Marion y Grace.
 

Esos bellos murales, que el tiempo, el polvo, y el ajetreo cotidiano del paso de miles de cuerpos por esos pasillos, llaman hoy la atención para ser conservados, para ser revisados en las fisuras que como grietas en su cutis, empiezan a dar avisos de ayuda antes de que marchiten.
 

De su origen

Fueron diez pintores muralistas los que participaron en la decoración de lo que sería el primer mercado público moderno en la Ciudad de México construido en 1934, al contar con una biblioteca, un auditorio del teatro del pueblo y una guardería.

Construido en el corazón del Centro Histórico, en un barrio popular y de obreros, el mercado Abelardo L. Rodríguez, linda con las calles de República de Venezuela, Colombia, Del Carmen y Rodríguez Puebla, allá atrás por calles posteriores a San Idelfonso.  

Y eso lo decidió el general Abelardo Rodríguez, presidente de México, cuando un día de recorrido de trabajo por esas calles, vio a los comerciantes que en suelo ofrecían su mercancía- según relato un locatario- y entonces él decidió que en lo fueran los terrenos del Colegio de San Pedro y San Pablo, fuera construido un mercado, el cual al ser inaugurado llevaría su nombre.


De los diez pintores que participaron, cuatro fueron extranjeros y seis mexicanos, entre ellos, se encontraron algunos alumnos del pintor Diego Rivera.

Es el contexto del maximato, que se ordena la decoración de murales en escuelas, recintos públicos, escolares; en hospitales y mercados, con temas alusivos a la revolución mexicana, a “reflejar al pueblo” y a izar las batallas emprendidas por la naciente clase obrera, a denunciar en aniquilamiento que se avecinaba por el feroz capitalismo, aún cuando fuera sólo en la forma del discurso.

En esta única experiencia colectiva y diversa en temática como sus integrantes, participaron:

Pablo O’Higgins, las hermanas Marion y Grace Greenwood, Antonio Pujol, Ramón Alva Guadarrama, Pedro Rendón, Raúl Gamboa, Ángel Bracho, Miguel Tzab y el escultor norteamericano, Isamu Noguchi.

El resultado de este trabajo colectivo e individual al mismo tiempo, todavía hoy se puede apreciar este ramillete de murales multicolores. Por el grado de preparación de cada uno de los muralistas, por su especialidad, por la misma temática, los murales no pueden valorarse en su conjunto.
 

Según el cristal con que se mire, para una parte de la crítica, hay murales de excelente factura, para otros, no llegan a las alturas de los grandes muralistas, de los históricos.

 
Los murales del mercado Abelardo L. Rodríguez nacieron contra corriente, y supervivieron a la acérrima crítica, como a la misma inclemencia del tiempo.

Una breve muestra de lo anterior, lo encontramos en Antonio Rodríguez, El Hombre en llamas, Historia de la pintura mural en México. Ed. Thames and Hudson Londres, p. 230, quien afirma:

“La mayor parte de lo que se hizo en el Mercado L. Rodríguez murió al día siguiente de haberse pintado. La gente que va hoy al mercado pasa por esas pinturas sin detenerse en ellas. Los propios vendedores del mercado, que conviven diariamente con ellas no las estiman. El pueblo no perdona que se le pinte ‘ más feo de lo que es’, ni que se le ofrezca, constantemente, una imagen, muchas veces agrandada, de sus desdichas”.

Otro crítico de arte, también puntualiza lo complejo de un trabajo así. James Oles, Las hermanas Greenwood en México, Ed, Conaculta, 2000. P.22, en donde señala:

“La historia de los murales pintados en el mercado Abelardo L. Rodríguez resulta en extremo compleja, marcada pro demoras burocráticas, disputas contractuales, rivalidades profesionales y revueltas políticas. Aunque trabajaron separadamente en sus proyectos personales, los artistas discutieron problemas políticos y soluciones estéticas”.

Se iniciaron trabajos de restauración en 2009 por parte del INBA. Trabajos que no se ven reflejados en la totalidad de la obra, al menos en la parte inferior, los que están en las entradas principales del mercado, no muestran el colorido esperado y empiezan a presentar algunas grietas, además de estar expuestos al smog, y al aceite quemado que producen las cocinas económicas, que en forma de nube, se eleva por techos y paredes.

Otro de los murales, incluso se encuentra enclaustrado por un local del mismo mercado que tiene actividad comercial.
 

Hoy Pablo Ponce Aguilar, uno de los locatarios exhorta a las autoridades del INBA, de la Delegación Cuauhtémoc, del Fideicomiso del Centro Histórico y al mismo jefe de Gobierno de la Ciudad de México, “a revisar el estado de los murales y realizar mayor difusión de los mismos y conservar este patrimonio que es de todos los mexicanos”.
 

Pese al mal  augurio de la crítica, sobre el destino y utilidad artística de los murales, éstos lucen todavía robustos, en ocasiones sin brillo, con fisuras, pero están ahí como guardianes del tiempo, testigos del andar cotidiano de millones de ciudadanos, hombres, mujeres y niños, con quienes conviven, con quienes hacen sus vidas. Por ello, y por conciencia del cuidado que hay que tener y cultivar, es preciso revisar, colaborar y restaurar, si es que hay daño, los históricos murales del mercado Abelardo L. Rodríguez.

Estos murales representan la lucha por la libertad de pensamiento y expresión, de la misma creación artística, por mantener latente el sentir de la organización popular al demandar a sus gobernantes mejores tratos, por mantener viva la memoria de quienes en su imaginario o realidad, contribuyeron a construir el México postrevolucionario.
 

Su permanencia, su estatus de obra cultural, también se la dieron sus habitantes, los comerciantes, que pese a no tener, en ocasiones los conocimientos especializados sobre el tema, saben que tienen en sus paredes, un tesoro incalculable, que conviven con reales obras de artistas, que muchos de ellos trascendieron en su pintura, en la forma de ver al mundo. Y son ellos los mismos comerciantes, mujeres y hombres del mercado Abelardo L. Rodríguez, los principales depositarios, los históricos guardianes que protegen, arropan, cuidan a los murales -en la medida de sus posibilidades -para que sigan ahí con ellos, junto a ellos, viviendo con ellos para el gusto y aprecio de millones de mexicanos.
 
 

Por eso y más, es necesario que las autoridades vuelvan los ojos a estos murales y no pase más tiempo sin revisarlos, en su mantenimiento y difusión.

Fue muy grata la visita a ese mercado este domingo. Por hoy, es suficiente, buenas tardes. Buen inicio de semana.
 

 
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