miércoles, 19 de marzo de 2014

Juan Villoro, discurso en el informe anual de Artículo 19

Villoro: El periodismo se ha convertido en un oficio de alto riesgo seriamente amenazado


 

El periodismo es el arte de entender la realidad


 

Eso hay que decirlo francamente porque no puede tolerar un Gobierno que se agreda de esa manera a quienes tratan de cumplir con el oficio de informar




El periodismo es un arte, una virtud moral que se encuentra bajo continuas amenazas. Ha habido épocas en que los periodistas han tenido muy poco margen de participación. Yo pertenezco a una generación que ha visto crecer las libertades de expresión. Pero que también ha visto aumentar los riesgos para ejercer este oficio. Cuando yo estudiaba la Universidad, donde cursé la carrera de Sociología, tenía un maestro que decía “estudien muchachos, o van a acabar como periodistas”. El periodismo parecía por muchos el último escalón social. Eran los tiempos en los que el gran caricaturista Abel Quezada dibujaba a los periodistas en el Excélsior de Julio Scherer como figuras famélicas, sostenidas por una estaca, porque no tenía energías para escribir sus artículos y enfrentaban una máquina de escribir sobre la cuál colgaba una torta compuesta al modo de la zanahoria del burro, tratando de comer esa torta, de alimentarse, los periodistas de vez en cuando tecleaban algo en la máquina de escribir. Esta imagen del periodista como un desgastado social, que no tiene nada que decir, si acaso sólo lo hace para comer una torta, ha cambiado gracias al compromiso de numerosos compañeros que han, por un lado, profesionalizado el oficio pero también, sobre todo, que han ampliado los márgenes de la libertad, arriesgando en muchas ocasiones su forma de vida para cubrir las noticias.


 


El periodismo es el arte de entender la realidad. De entrar en un compromiso moral, esencial, que es el de saber que son los demás, los otros, los que tiene la información y los datos que debemos obtener. Es una de las pocas profesiones donde la razón es siempre aquél, la razón está con los testigos, en los que han visto los sucesos. Y otros, los periodistas, debemos desentrañar esas razones. Sin el entendimiento del otro, sin la información que nos puede proveer, no existiría nuestro trabajo. Por lo tanto, el periodismo requiere de empatía: nadie está obligado a darnos una noticia, una entrevista o una información. Debemos establecer en esa persona un vinculo de confianza, de solidaridad. Menciono esto porque, en su esencia, el periodismo es ya un compromiso ético, es el desciframiento de las verdades de los demás y la necesidad de entenderlas. Hay cosas que ocurren sin sentido aparente. El periodismo se dedica a causar sentido, a buscar dónde, por qué y cómo ocurren las cosas. Por eso, insisto, estamos ante el arte de entender la realidad.



Partiendo de un compromiso ético, el periodismo encuentra muchos obstáculos que tratan de impedir la realización de este cometido. ¿Por qué? Porque la verdad, lo sabemos, muchas veces descubre zonas de niebla que para muchos deberían permanecer así. Si pensamos el vocabulario de la política mexicano, nos encontramos con que la política ha sido muchas veces un oficio de tinieblas. No es raro que de pronto se diga que se hizo un acuerdo “en lo oscurito”. Estar dispuesto a madrugar al adversario, es salir de la oscuridad para actuar antes que él. El propio lenguaje político favorece este oficio en las sombras. Precisamente porque la luz de la verdad es una amenaza para la impunidad. Si en una cultura de la celebridad como la norteamericana, Andy Warhol pudo decir que la utopía perfecta, el sueño feliz de las personas era ser famosos durante 15 minutos. En una cultura de la oscuridad, como la mexicana, ese sueño para muchos ha sido el de ser impune durante 15 minutos. No el de ser famoso en la sociedad del espectáculo de la que hablaba Andy Warhol, sino el de poder actuar en libertad sin rendirle cuentas a nadie. Ha sido una cultura ajena a la transparencia, una cultura que ha querido a la verdad como la principal adversaria de lo que se ejerce en lo oscuro. Por lo tanto, el periodismo se ha convertido en un oficio de alto riesgo seriamente amenazado.



Después de mí hablará Darío con datos concretos sobre las actividades de Artículo 19. No puedo dejar de mencionar que hace apenas unos días, las oficinas de Artículo 19 fueron allanadas. Se trata de otro hostigamiento más de este espacio, por tratar de defender a los periodistas. Este acto agrede a toda la comunidad de los periodistas, pero también agrede al núcleo mismo del Estado mexicano. Un Estado que proclama el derecho a la información y no cumple, es un Estado que incurre en la demagogia. El Gobierno del Presidente Enrique Peña Nieto debe de ofrecer una respuesta a este ataque a los periodistas y a la razón misma del Estado mexicano. Sino lo hace se convierte en un cómplice del ataque. Eso hay que decirlo francamente porque no puede tolerar un Gobierno que se agreda de esa manera a quienes tratan de cumplir con el oficio de informar.



Sabemos por numerosas informaciones internacionales, de asociaciones como Human Right Watch o Reporteros Sin Fronteras, que México ha sido en los últimos años uno de los países más peligrosos, y en ocasiones el más peligroso, para ejercer el periodismo. Este negro reto debe terminar. Nos corresponde a nosotros, los periodistas, señalar ciertas ventanas, puertas, para que esto pueda cambiar. Pero le corresponde al Gobierno crear las condiciones para que el periodismo pueda ser ejercido con plena celeridad. Sabemos, además, que hay zonas particularmente peligrosas para ejercer el periodismo y eso debe ser mencionado. Estados como Veracruz o Coahuila, gobernados ambos por el PRI, sin particularmente adversos al ejercicio del periodismo. Hace algunos meses, un grupo de periodistas marchamos en la ciudad de Jalapa recordando el primer año de la muerte de Regina Martínez, periodista veracruzana, cuyo asesinato no fue resuelto, al igual que no han sido resueltos muchos otros, así como las desapariciones y los hostigamientos a los periodistas.

 
 

 

Todo esto nos deja en una situación altamente preocupante. Es obvio que los periodistas tenemos un compromiso de responsabilidad. No podemos ejercer el oficio sin saber que corremos ciertos riesgos. No somos irresponsables, sabemos en qué agua estamos nadando. No vamos directo hacia los tiburones, ejercemos el periodismo con responsabilidad. Lo grave es que aún tomando esas precauciones y aún sabiendo nosotros que no podemos muchas veces firmar un artículo con nuestro nombre y debemos hacerlo con el nombre del “staff”. O bien, en el caso de los periodistas de provincia, que el propio periódico sería amenazado si se publica esa noticia, así que la información primero debe circular hacia la capital para que llegue como de rebote a la provincia. Es decir, tomando en cuenta este tipo de precauciones concretas, aún así estamos en peligro. Porque lo que enfrentamos es un momento de descomposición del tejido social, en donde el Gobierno no puede preservar ni salvaguardar aquello que proclama, que es el derecho a la información. Esto es, particularmente, grave.


Antes de continuar con este tema, me gustará insistir en otro aspecto de la responsabilidad periodística, que creo que no hemos dejado de asumir nosotros los periodistas mexicanos y también, quiero decir que para esto, nos ha ayudado bastante el ejemplo de Colombia, que pasó por una circunstancia violenta, similar a la nuestra, donde los compañeros periodistas tuvieron que enfrentar de manera extraordinaria, bajo condiciones de altísima presión, la responsabilidad de seguir informando. En Colombia, los periodistas hicieron un acuerdo de discreción que, a ojo de algunos, significa un acuerdo de autocensura. En México, cuando se ha llegado a un pacto de este tipo, por ejemplo el que se dio después del secuestro a Diego Fernández de Cevallos, se entendió en los principales medios electrónicos básicamente como un pacto de censura, es decir, silenciar la noticia. 


En Colombia, el acuerdo de discreción apuntaba a otra cosa, a un pacto de responsabilidad. Porque nosotros debemos saber que al informar estamos propagando noticias y datos que pueden tener efectos sociales que, en un momento dado, beneficien al crimen organizado. Nos informaron indiscriminadamente sobre el número de víctimas, decapitaciones y fotos sin ningún tipo de criterio sobre la violencia perpetrada en nuestro país, puede hacer que el periodismo se convierta en una mera caja de resonancia del crimen organizado. Sabemos que muchas bandas retan asesinatos con una firma muy clara. La violencia es un lenguaje. Hay grupos que encajuelan, otros que encobijan, otros decapitan.. Hay una dramática del espanto que busca ser propagada. Si nosotros nos convertimos en un simple eco de esa violencia, estamos evidentemente logrando que el crimen golpee dos veces: primero, en el mundo de los hechos, y segundo, en el mundo de la representación, que no es menos importante. Esto puede llevar a dos reacciones sociales extremas, ambas preocupantes: una, el miedo absoluto, la parálisis, ante una sociedad amenazada por la violencia. Y dos, lo que quizá es aún más grave, la banalización del tema. El acostumbrarnos a las noticias de la violencia, como algo ya prácticamente algo atmosférico. 


Menciono esto, no por una invitación a no informar, sino al contrario: como un señalamiento de que los periodistas estamos perfectamente consientes de que al informar tenemos datos valiosos. Informar significa no solamente dar datos sueltos, sino estableces contextos, ahondar, buscar la raíz de los sucesos y saber quién está detrás de ellos. Si a nosotros se nos pide la responsabilidad de informar creando un contexto y dando una explicación completa para evitar la mera propagación de la violencia, al mismo tiempo se nos deben facilitar las condiciones para ejercer esta tarea. Con frecuencia se acusa a los periodistas de morbosos, sensacionalistas o amarillistas, en el sentido de que están simple y sencillamente tratando de usufructuar de manera comercial la violencia para vender periódicos y tener más rainting en los noticieros de radio y televisión. Y al mismo tiempo que se condena a los periodistas por este aparente uso del morbo, no se les brindan las condiciones a los reporteros para poder indagar con seriedad. La única manera de acabar con las noticias superficiales, es llegar a la raíz de los sucesos. Numerosos periodistas mexicanos lo han hecho, algunos de ellos han dejado la vida en el intento. Hay que celebrar que en condiciones muy adversas, los compañeros del oficio no han cerrado los ojos. 


 

Entonces, ¿en qué circunstancias estamos nosotros hoy en día respecto a nuestro trabajo? Insisto, somos consientes de la responsabilidad que tenemos pero al mismo tiempo pedimos condiciones para ejercer libre y moralmente esta responsabilidad. En los últimos meses, desde que el presidente Enrique Peña Nieto asumió la presidencia, ha aumentado la interlocución entre periodistas y dependencias de Gobierno. Se ha promulgado la Ley General de Víctimas, lo cuál es importante porque se reconoce a las víctimas de los hechos de sangre como una categoría social, como algo que no debería ocurrir y como una carga que debe asumir el Estado. La pérdida de una vida, es una pérdida de todos nosotros. Los periodistas han sabido hacer un viraje importante para darle cada vez más significación a las víctimas, esto también está en sintonía con los compañeros colombianos. La noticia no es la sangre, la noticia es la vida que se pierde por la sangre, las noticias son los huevos que se dejan en la sociedad. Por eso la noción de víctima es muy importante.


Pero, ¿qué sucede una vez que el Gobierno acepta esta categoría? ¿Qué sucede una vez que el Gobierno inicia una interlocución con quienes le reclaman mayor seguridad? Desgraciadamente, ha aumentado el diálogo con el Gobierno sin resultados concretos y no sólo eso, han aumentado los hostigamientos y las víctimas dentro del periodismo. Esto es particularmente grave. Parecería que el mensaje del Gobierno es “¿para qué gobernar si podemos declarar?”. Basta con señalar que se quiere resolver el problema, para que el problema se resuelva por sí mismo. Basta con bajarle de volumen al tema de la violencia, para que esta ya no exista.. Estamos en una lucha de representaciones. Aparentemente el Gobierno ha recibido la información de que la situación es preocupante, ha ofrecido responder al respecto pero no ha hecho nada concreto para resolver las cosas. Entonces esto empieza a sonar prácticamente a una fórmula que durante 71 años perfeccionó el Partido Revolucionario Institucional, que es el cinismo. Es decir, no solamente ignorar los problemas sino reconocerlos pero no hacer nada al respecto. Por lo tanto, creo que estamos en una situación particularmente grave. Del desconocimiento o el rechazo al tema que vivimos en la administración de Felipe Calderón, hemos pasado a un progresivo reconocimiento del problema sin que esto mejore las condiciones con que se ejerce el periodismo y el allanamiento a las oficinas de Artículo 19, hace unos días, se inscribe en este contexto.


Creo que es importante, en esta ocasión, señalar de manera muy concreta en qué medida la política de seguridad del Gobierno mexicano ha dejado a los periodistas sin protección. Creo que es algo sobre lo que debemos reflexionar con mucho cuidado, a detalle, porque de eso depende que podamos continuar con nuestro trabajo. Todas las sociedades tienen una frontera donde lo ilícito se vuelve aparentemente lícito, hay múltiples testimonios de esto, en el Quijote ya aparecen los contrabandistas que venden mercancías y con el dinero mal habido empiezan a hacer negocios aparentemente legales. Abundan los testimonios al respecto. De nada serviría que el crimen organizado prosperara sino pudiera reingresar a la sociedad. Hay una frontera donde el dinero sucio se vuelve aparentemente limpio. Yo creo que es en esa frontera donde el periodista corre mayor riesgo. Es decir, no son los criminales consumados los que han estado amenazando en lo fundamental a los periodistas. Y esto hay que decirlo, son los poderes aparentemente legales y los negocios aparentemente acreditados los que se sienten más amenazados por el trabajo del periodista. Precisamente, porque es en esa frontera, donde el periodista puede denunciar que un político, que un policía, que un soldado o que un empresario están coludidos con el crimen organizado. 
La estrategia irresponsable y equivocada del presidente Felipe Calderón, que dejó al menos 80 mil muertos y unos 30 mil desaparecidos, no puso nunca énfasis en que el Gobierno se investigara a sí mismo y en que se desmontaran las redes del lavado de dinero. Cada vez que un periodista se acercó a esta zona conflictiva que está al interior de nuestra sociedad, su vida estuvo en peligro. Otro de los errores de esta estrategia que tuvo que ver con el discurso público del presidente Calderon, fue considerar que el narcotráfico es un enemigo exógeno, externo a nuestra sociedad. Es decir, llegaron los bárbaros, llegaron los malosos, y se incrustaron en nuestro país. De esta manera, se repetía la concepción que Estados Unidos y la DEA han tenido del crimen organizado, que es el considerar que se trata de un problema básicamente externo, que pertenece a la política exterior de los Estados Unidos. Ustedes saben que Estados Unidos ha necesitado construir un enemigo para tener una política exterior activa, y este enemigo puede ser el nazi, el comunista, el extremista islámico o bien, hoy en día, el narcotraficante. Se trata de un enemigo externo, aparentemente ajeno, se sabe todo de los narcotraficantes afuera de los Estados Unidos, se saben sus nombres, sus apodos y sus hábitos más privados, e ignoramos prácticamente todo de lo que ocurre al interior de los Estados Unidos. La violencia nos toca más fuerte que a ellos. Ya lo dijo Eduardo Galeano: nosotros ponemos los cadáveres, ustedes ponen las narices.


El consumo de droga en los Estados Unidos tiene historias que no conocemos, nuestros colegas norteamericanos no han hecho el trabajo que sí hemos hecho nosotros aquí en México. Y esto es muy importante decirlo: la narrativa del problema se conoce en nuestro país por el trabajo que han hecho los colegas mexicanos y se desconoce en Estados Unidos en muy buena medida porque existe una opacidad al respecto. De manera suntuosa, en este discurso donde el crimen organizado aparece como un elemento ajeno a la sociedad, fue replicada durante la administración de Felipe Calderón, como si el narcotráfico no naciera del seno mismo de la sociedad y no estuvieran involucradas en él personas mucho más próximas a nosotros de lo que pensamos, sino que fue visto como algo totalmente ajeno y externo. Pero, como les decía antes, de nada sirve incurrir en el crimen organizado si esto no regresa a un negocio aparentemente lícito. Y esto es lo que han investigado numerosos compañeros al riesgo de su propia vida y es lo que no ha hecho el Gobierno. En la medida que el Gobierno cambie de estrategia y entienda que tenemos un problema social, cultural y económico al interior de nuestro propio país, y que todas estas redes de complicidad se deben desenredar, en esa medida el periodista estará mucho más seguro para ejercer su trabajo. Justamente nos hemos situado en una zona donde nosotros hemos hecho un trabajo información que no ha hecho el Gobierno. Y sobre esto, creo que se debe reflexionar muy puntualmente.
A pesar de este momento crítico, los medios mexicanos no han dejado de cumplir con su compromiso de informar, los periodistas no han cerrado los ojos.



 El próximo 23 de abril, recibirá el Premio Cervantes, el máximo galardón que se concede en el idioma español, una escritora mexicana, Elena Poniatowska, que es también una grandísima periodista. Nunca antes el Premio Cervantes había honrado, en el nombre de una persona, a tantísimas voces y tantísimos testigos que le han dicho sus verdades a Elena Poniatowska. Muchos autores prefieren hablar a escuchar. El Premio a Elena Poniatowska es un premio al oído, es un premio a las palabras de los otros. Comencé diciendo que el compromiso ético del periodismo tiene que ver con entender que son los demás los que tienen una razón, son ellos los que nos deben dar las claves de la realidad. Esto es un oficio generoso, un oficio tolerante, que permite que sean otros los que tengan la voz. Creo que en el nombre de Elena Poniatowska se premia a la valentía del oficio, a las noticias que durante mucho tiempo estuvieron silenciadas, como La noche de Tlatelolco, a todos aquellos que se han arriesgado para ejercer este oficio.


El ejemplo de Elena nos honra, pero no debe ser un caso aislado. Debe ser la condición natural de nuestro trabajo. Hago votos porque algún día no sea necesario una actividad como la de hoy en día es imprescindible, como la de Artículo 19, y que el periodismo no sea en el futuro algo que deba ser defendido sino que simple y sencillamente dependa de las palabras, de las imágenes y de lo más necesario que tenemos en este trabajo, que es la búsqueda de la verdad.

jueves, 6 de marzo de 2014

Rescata investigadora “el arte marginal de las escuelas de pintura al aire libre”

Génesis de las escuelas de pintura al aire libre

(Por considerarse un tema poco difundido y especial en su género- por donde incluso transitaron grandes pintores mexicanos, tanto profesores como alumnos- nos permitimos difundir, sin fines de lucro, esta excelente entrevista a la investigadora de arte, Laura González Matute, quien se establece como pionera en el tema de las escuelas de pintura al aire libre, corriente de eseñanza allá por años treintas en nuestro país)


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Foto
 
Individuo realizando pintura dentro de la escuela al aire libre de Coyoacán, en los años 20 del siglo pasado, trabajo incluido en la exposición del Museo Nacional de Arte. Foto Archivo Casasola, Pachuca, Hidalgo.


Alejandra Ortiz Castañares
Especial para La Jornada

Periódico La Jornada
Jueves 13 de febrero de 2014, p. 5

Rescata investigadora el arte marginal de las escuelas de pintura al aire libre

Laura González Matute subraya el interés actual por el trabajo en esos centros

*Niños carentes de instrucción académica formal las animaron con su espontaneidad y libertad creativa.

*Fueron cerradas por no corresponder a los intereses gubernamentales, dice a La Jornada
 
 
 
 
En un clima de fascinación reciente por el arte marginal (outsider art) practicado por enfermos mentales, artistas autodidactas o niños, lejano hasta hace poco de ser considerado arte, hoy asistimos al estallido de un interés sin precedente, demostrado no sólo en la reciente Bienal de Venecia, sino en exposiciones, museos y colecciones públicas y privadas que lo adquieren, provocando en los dos años anteriores la duplicación de precios en el mercado del arte.
En este contexto la exposición Escuelas de pintura al aire libre: episodios dramáticos del arte en México, en el Museo Nacional de Arte (Munal), es muy actual.
Aunque es un proyecto distinto enfocado al análisis de la enseñanza de la plástica en México, queda como un fenómeno singular, pues los creadores que animaron tales escuelas fueron niños sin instrucción académica formal; por el contrario, les fue fomentada la espontaneidad y libertad creativa apoyada por el Estado, interesado en hallar el consenso social integrando al sector popular hasta entonces marginado, generando en los años 20 y 30 del siglo pasado una red de escuelas que tuvieron impacto nacional e internacional.
La propuesta curatorial fue desarrollada por el equipo del Munal a partir de 110 obras, documentos y fotografías. La muestra es independiente, sin embargo se integra a un proyecto amplio con dos exposiciones más: La enseñanza del dibujo en México y Félix Parra (1845-1919): visionario entre siglos. Se completa así un cuadro que cubre el tema desde finales del siglo XVIII hasta los primeros 40 años del XX.
Contacto con el México vivo
En entrevista con La Jornada, Laura González Matute, investigadora del Cenidiap/INBA, aclara varias dudas. Pionera en 1979 en el rescate de este tema por su tesis de licenciatura en la Universidad Nacional Autónoma de México y por su libro sobre la recuperación histórica de esas escuelas (Cenidiap, 1987), publicó Las escuelas de pintura al aire libre-Tlalpan (2011), editado por el Museo Casa Estudio Diego Rivera y Frida Kahlo, Conaculta/INBA.
–¿La creación de esas escuelas es fruto de un periodo de ajuste educativo y político tormentoso como sugiere la muestra Episodios dramáticos del arte en México?
–Sí, la primera escuela que fue Santa Anita en Iztacalco (no en Iztapalapa, como seguido se confunde), nació en 1913 tras un descontento político, social y educativo que termina en la conocida huelga que paralizó la Academia de San Carlos en 1911 y que llevaría dos años después al nacimiento de Santa Anita, la primera escuela de este tipo dirigida por Alfredo Ramos Martínez.
“Éste comprendió muy bien la ruptura y propuso a los alumnos salir de las aulas y entrar en contacto con el México vivo. Asistieron artistas como Siqueiros, Ramón Alva de la Canal, Fernando Leal, Lola Cueto y Rafael Vera de Córdova, entre otros.
–¿Significa que hay una diferencia entre la primera escuela a la cual asisten artistas de formación y las posteriores concurridas por niños?
–Sí. Con la caída de Victoriano Huerta se cierra Santa Anita, la academia abre en momentos alternos hasta que con Obregón se recupera la estabilidad. Vasconcelos llama de nuevo a Ramos Martínez para abrir una escuela con los principios adoptados en Santa Anita.
“Chimalistac fue la primera de una serie de escuelas que duran poco, porque cambian de sede, debido a problemas administrativos y de presupuesto: Coyoacán y Churubusco. A los artistas mencionados se suman Francisco Díaz de León, Gabriel Fernández Ledesma, Fermín Revueltas, quien llegó de Chicago, y Jean Charlot de Europa. Son cultos y con ideas vanguardistas que rechazan el conservadurismo de la Academia. Hay que concebir a las escuelas en esta primera etapa como un momento de incorporación de artistas bohemios, que pintan libremente sobre todo paisaje y retrato”.

–¿Con ellos pintaban los niños también?
–No, ahí no había niños. He ahí la gran confusión, eran todos pintores formados, como señalan las crónicas de los diversos diarios del momento como El Universal Ilustrado, Excélsior o El Monitor Republicano, que describen las obras de los artistas pero nunca hablan de niños. Eran unos 25 o 30 pintores, de entre 20 y 25 años.
“Vasconcelos visitó por primera vez la sede de Coyoacán y descubrió el cuadro Paisaje zapatista (1921), de Fernando Leal, quien dijo: ‘Esto es lo que quiero que se pinte, les voy a dar los muros”. Él, con Alva de la Canal, Fermín Revueltas y Jean Charlot serán los primeros en pintar en el patio de San Ildefonso, mientras en el Anfiteatro Bolívar lo hacía Rivera con La Creación y Roberto Montenegro y Gerardo Murillo (Dr. Atl), en el ex convento de San Pedro y San Pablo.
–¿Cuándo se convirtieron en escuelas para niños sin recursos?
–En 1925 cuando entra José Manuel Puig Casauranc como secretario de Educación y Alfonso Pruneda como rector de la Universidad, durante el gobierno de Calles. Pruneda, con ideas pedagógicas de avanzada, apoya la creación de los niños. Se rompe con el estereotipo de la educación rígida, conservadora y se concede al niño libertad y espontaneidad para que no se contamine por el mundo de los adultos; en su ser potencialmente creativo. Había que motivarlos y darles el material para lograrlo.
Época de oro y ocaso
–¿Cuántas escuelas había?
–Inicialmente, sólo tres: Xochimilco, Tlalpan y la Villa de Guadalupe. Los alumnos egresados se convirtieron en directores de las mismas y su función era supervisar y apoyar a los niños, sin interferir. En la época de oro, a finales de los años 20, llegaron a existir unas 12 escuelas, no sólo en la ciudad de México, sino en Nuevo León, Michoacán, Jalisco, Puebla y Guerrero.
–¿Cuáles fueron los resultados?
–Surgieron artistas con una obra primitivista, naif, viva, como Ramón Cano Manila, Manuel Echauri, Feliciano Peña y Fernando Castillo, cuya obra se vendía muy bien en Estados Unidos.
–¿Por qué se acabaron esas escuelas al aire libre?
–Después de un momento dorado en el cual se publicó un extenso número de artículos periodísticos, libros, además de una exitosa exposición itinerante en Berlín, París y Madrid; y de abrirse escuelas similares en California, Japón y Cuba, estos centros van cerrando debido a problemas presupuestales e ideológicos. Con el tiempo pierden su función, por no corresponder a los intereses gubernamentales, hasta entrar en una etapa de declive. En 1937 se cierra la última escuela, en Taxco. Después caerán en el más completo olvido.
–¿Cómo rescata su memoria histórica?
–En 1978 Ida Rodríguez Prampolini me propone investigar el tema y dirigir mi tesis, pues me comentó: No se sabe nada, exceptuando una extensa muestra de 200 obras montada en Bellas Artes, en 1965, organizada por Francisco Díaz de León, la cual no tuvo repercusiones.
Cuando realizaba mi tesis, en 1978, Sylvia Pandolfi hizo una pequeña muestra en el Museo Biblioteca Pape de Monclova, Coahuila, que antecede a la de Bellas Artes de 1981, ya ampliada, en tanto que el catálogo se sustentó integralmente en mi investigación. Esta muestra detona el interés de los investigadores sobre el tema, hasta convertirse en un estudio imprescindible en la historia del arte mexicano posrevolucionario.