martes, 12 de noviembre de 2013

¿Qué perdemos cuando muere un cronista?


¿Qué perdemos cuando muere un cronista?

 


La tradicional figura del recopilador y redactor de datos y hechos del pasado y presente, del ciudadano acucioso, sufrió una mutación al paso de los siglos y los años recientes.

De aquellos viajeros que cargados de baúles y pergaminos, de los que se iban por el mundo dando cuenta de sus encuentros con razas y culturas, de las costumbres y exóticas formas de vida de las comunidades, pasaron a ser ciudadanos con residencias permanentes, a regresar al punto de origen y desde ahí, formar, integrar, reinterpretar sus mapas, sus mapas mentales, y difundir la información, en forma impresa, posteriormente.
 

 

Esa actividad, en muchos casos, fue valorada y convertida en una profesión, en una distinción, de notables, cercanos a la nobleza, a la cual sólo se podría aspirar con el dominio del conocimiento. En la antigua Grecia y Roma, ya se da cuenta de ello.  En otro tiempo, los reinados, nombraron a sus escribas y posteriormente, ya en el Renacimiento, a sus cronistas oficiales, figura que todavía hoy tiene vigencia.

Aún cuando se conservaron esas hidalguías, ese carácter de trotamundos, de registradores, de anotadores de la historia, del pasado, en los últimos años, su especialidad se robusteció para entrar en otras ramificaciones y batallas.

 

Al mismo tiempo que  se institucionalizó para formar parte del poder en turno y  ser ocasionalmente consejeros, también se integró a la gran plataforma de la nueva burocracia, de los centros de estudio, de las plantillas en las universidades e institutos. Entonces, tenemos, una crónica oficializada, muy dispuesta a consentir los actos de gobierno, o bien, los que están en la academia, a ser transcribas, pega párrafos y publicar alguna que otra historia original, sólo como requisito que le demanda la institución para cobrar un salario.

La otra crónica, es la que está en las historias de lo inmediato, en los libros, en las investigaciones originales, en los monumentos sepultados, en los cuadros de autores anónimos, en incunables arrumbados, en las montañas, en las calles, en los pueblos, en los barrios.
 

El cronista es quien recupera información, redacta para mantener viva la memoria. Es quien nos ilustra el pasado para ver el futuro, para estar en el presente. Es el velador de una sociedad. Es el maestro, que en forma didáctica nos dice cómo se dibujó, paso a paso, una ciudad, una sociedad. Nos permite conocer el linaje de las familias, sus historias, sus migraciones de un país a otro. Es el contador de historias de la cultura.

 

Y en esa etapa de la transgresión del cronista institucional al cronista libre, independiente, moderno, con inalcanzable nivel de conocimiento, utilizando todas las modernas herramientas tecnológicas y digitales, también hay cronistas únicos, como los libros incunables. Y son ellos, portadores de una nueva estirpe, de un linaje histórico con mentalidad moderna, de una nueva era de guerreros culturales, de quienes saben que el poder de la protección de un patrimonio nacional y de la humanidad, radica en las comunidades, comunidades cibernéticas, en la sociedad civil organizada. En  la vigilancia permanente al gran poder por parte de la comunidad artística e intelectual.

 

 
 

El cronista moderno, es un detective de la historia. Es un decodificador de claves. Es un inventor de métodos de estudio en la línea espiral de algo llamado tiempo. Es el guardián, el gran maestro, el atesorador de nuestro acervo y patrimonio cultural.

 

 
 
Por eso, cuando se pierde a un cronista, cuando desaparece de la faz de la tierra, se va con él, un hilo nuestra historia. Nos deja en un paréntesis, sin andar parte del camino. Y nos lega, entonces, sus enseñanzas. Indica entonces, una ruta: la necesidad de preservar su memoria, como la nuestra, la historia colectiva, para no dejarla perder, continuar con su labor. Y más si esos cronistas fueron tan brillantes como su obra publicada y los tesoros acumulados en beneficio del pueblo mexicano como fue su última palabra.



 

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