Viendo la luz...Salas de cine en la literatura mexicana
* Obra postuma del maestro crítico de cine, Gustavo García
* "Queremos tanto a Gustavo", texto de Gudalupe Loaeza
* Desde Ramón López Velarde hasta Paco Ignacio Taibo II, las plumas literarias tocan el tema del cine y sus salas de exhibición.
Si Gustavo García estuviera aún
con nosotros, hubiera expresado al unísono con Alfonso Cuarón un “¡ay güey!”,
cuando este último fue reconocido con el Globo de Oro hace unos cuantos
días. Con esa pasión que contagiaba y
encantaba, el erudito, el experto, el maestro, fue motivo de una breve velada
con motivo de la presentación de su libro póstumo “Viendo la luz… Salas de cine
en la literatura mexicana”.
La Cineteca Nacional, así tenía
que ser, fue escenario del encuentro de cinéfilos, ex discípulos, fieles seguidores que nunca lo
conocieron más que por radio y televisión, todos ellos encabezados por los
familiares cercanos de quien desde las aulas universitarias, los medios
impresos y electrónicos, las revistas, los libros, dedicó su vida profesional a
la crítica cinematográfica.
En la mesa la escritora Guadalupe
Loaeza, Rafael Aviña, crítico de cine, Guillermo Henry como moderador, si bien
destacó la presencia de Alejandra García, hija de Gustavo, historiadora de
profesión y quien desde la cercanía familiar recordó algunas de sus anécdotas,
consejos y angustias, como la tristeza que manifestaba al ver el proceso de
destrucción de aquellos grandes y majestuosos palacios cinematográficos para
dar paso a las pequeñas salas de ahora, algunas con un sex-shop a la entrada.
Ante su esposa y hoy viuda,
Claudia Elena Hernández Ojesto-Martínez, los ponentes recordaron cómo durante
las semanas previas a que su enfermedad lo obligara a ser hospitalizado, Gustavo
se propuso concluir la edición de “Viendo la luz…Salas de cine en la literatura
mexicana”, puesto que su publicación aportaría al lector la revaloración
cultural de esas grandes y populares salas frente a lo que la tecnología y la
globalización han impuesto en la actualidad.
El crítico Rafael Aviña, recordó
que su relación inició en la UAM Xochimilco, después por la Sogem, e incluso
escribieron al alimón el libro “Época de oro del cine mexicano”, destacó que la
llamada “fábrica de quimeras” siempre estuvo ligada a los “grandes palacios”
que durante muchas décadas fueron el espacio donde diversas generaciones rieron,
lloraron, gritaron, bailaron al tiempo que el celuloide evolucionaba en las pantallas.
Nacido en Tuxtla Gutiérrez,
Chiapas el 29 de agosto de 1954, Gustavo García recurrió para contextualizar su
investigación a plumas importantes, históricas, y mediante la compilación llevaba
al lector a un recorrido centenario por las salas cinematográficas, algunas de
las cuales se alojaron en carpas y las
butacas eran macetas y en donde la gente humilde soñaba y fantaseaba. El cine
incluso fue motivo de observación, incluso descalificación para intelectuales
que lo estigmatizaron por considerarlo demasiado “popular”.
Desde el porfirismo hasta
nuestros años, plumas del nivel de Ramón López Velarde, Amado Nervo, Luis G.
Urbina, Martín Luis Guzmán, Federico Gamboa, Salvador Novo, Parménides García
Saldaña, Sergio Pitol, Jorge Ibargüengoitia, Emilio García Riera, Eraclio
Zepeda, Paco Ignacio Taibo II, entre otros, acercan al lector, con sus
testimonios, a la vida cinematográfica en México a través de los ojos del
espectador que mira el celuloide pero que también voltea hacia los demás
espectadores y registra sus reacciones, sus emociones.
Para la escritora Guadalupe
Loaeza, acudir a la presentación del libro fue la oportunidad de escribir un
pequeño texto que llamó: “Queremos tanto a Gustavo”. Describe cuando lo conoció
primero por los medios, por sus textos, después personalmente. Y como llegó a
admirar “su gran memoria” siempre seguro de los mínimos detalles de alguna
película, de sus extraordinarios conocimientos del cine mexicano. “Con Gustavo
se podía platicar de cualquier tema, platicábamos de cocina y hasta de eso era
un conocedor”, recuerda con emoción.
Antes de irse, agregó, nos dejó “un
gran regalo” que es éste libro y a través del mismo no sólo conocemos lo que
Luis G. Urbina y otros opinaban respecto al cine y su contexto, sino también lo
que representaban para la Ciudad de México el contar con ejemplos del Art Decó
en el Cine Hipódromo, así como la decoración fuera de serie del Cine
Chapultepec.
Ya muy afectado por la enfermedad,
quien impartió cátedra en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la
UNAM, así como en la UAM Xochimilco, se preocupaba por la correcta edición de
los artículos, recuerda su hija Alejandra. No obstante, la enfermedad y
posterior muerte le impedirían escribir el prólogo.
Evoca también las descripciones
que le hacía en referencia a los autocinemas y la ocasión en que deslumbrado le
tocó ver en uno de ellos “Lawrence de Arabia”, su película favorita, y que se
presentó en una gigantesca pantalla con el uso de tres proyectores. Propuso que
se difunda el texto que escribió en 2002 “Adiós al Olimpia”, en el que
describió con dolor la desaparición de tan significativa e histórica sala.
Alejandra destaca que ella misma
estuvo a punto de nacer en una sala cinematográfica cuando Gustavo y Claudia
acudieron a ver la película “Los payasos”, de Fellini y tuvieron que salir presurosos
directamente al hospital. Recuerda como
años después su padre la llevaba al
Palacio Chino, al Orfeón, al Metropolitan, a aquellas grandes e inolvidables
palacios de exhibición.
Poco más de un centenar de amigos
y admiradores del maestro disfrutaron de las anécdotas y pasajes de la vida de
quien es considerado uno de los mayores conocedores del cine mexicano e
internacional. Poco más de doscientas manos dieron por concluido el encuentro
con un minuto de aplausos y se respiró en esa sala de la Cineteca Nacional que
Gustavo García quedó para siempre entre amigos.
Reynaldo Sandoval Torres
Periodista
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