martes, 14 de enero de 2014

Viendo la luz...de Gustavo García



 Viendo la luz...Salas de cine en la literatura mexicana

 

 

 

* Obra postuma del maestro crítico de cine, Gustavo García

* "Queremos tanto a Gustavo", texto de Gudalupe Loaeza

*   Desde Ramón López Velarde hasta Paco Ignacio Taibo II, las plumas literarias tocan el tema del   cine y sus salas de exhibición.

 

Sendero Público agradece la colaboración del periodista Reynaldo Sandoval, quien realiza la crónica de la última obra del cinéfilo Gustavo García, la cual fue presentada este 13 de enero, en la Cineteca Nacional.
 
 

Si Gustavo García estuviera aún con nosotros, hubiera expresado al unísono con Alfonso Cuarón un “¡ay güey!”, cuando este último fue reconocido con el Globo de Oro hace unos cuantos días.  Con esa pasión que contagiaba y encantaba, el erudito, el experto, el maestro, fue motivo de una breve velada con motivo de la presentación de su libro póstumo “Viendo la luz… Salas de cine en la literatura mexicana”.


La Cineteca Nacional, así tenía que ser, fue escenario del encuentro de cinéfilos,  ex discípulos, fieles seguidores que nunca lo conocieron más que por radio y televisión, todos ellos encabezados por los familiares cercanos de quien desde las aulas universitarias, los medios impresos y electrónicos, las revistas, los libros, dedicó su vida profesional a la crítica cinematográfica.


 

En la mesa la escritora Guadalupe Loaeza, Rafael Aviña, crítico de cine, Guillermo Henry como moderador, si bien destacó la presencia de Alejandra García, hija de Gustavo, historiadora de profesión y quien desde la cercanía familiar recordó algunas de sus anécdotas, consejos y angustias, como la tristeza que manifestaba al ver el proceso de destrucción de aquellos grandes y majestuosos palacios cinematográficos para dar paso a las pequeñas salas de ahora, algunas con un sex-shop a la entrada.

 

Ante su esposa y hoy viuda, Claudia Elena Hernández Ojesto-Martínez, los ponentes recordaron cómo durante las semanas previas a que su enfermedad lo obligara a ser hospitalizado, Gustavo se propuso concluir la edición de “Viendo la luz…Salas de cine en la literatura mexicana”, puesto que su publicación aportaría al lector la revaloración cultural de esas grandes y populares salas frente a lo que la tecnología y la globalización han impuesto en la actualidad.

 

El crítico Rafael Aviña, recordó que su relación inició en la UAM Xochimilco, después por la Sogem, e incluso escribieron al alimón el libro “Época de oro del cine mexicano”, destacó que la llamada “fábrica de quimeras” siempre estuvo ligada a los “grandes palacios” que durante muchas décadas fueron el espacio donde diversas generaciones rieron, lloraron, gritaron, bailaron al tiempo que el celuloide evolucionaba en las pantallas.


Nacido en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas el 29 de agosto de 1954, Gustavo García recurrió para contextualizar su investigación a plumas importantes, históricas, y mediante la compilación llevaba al lector a un recorrido centenario por las salas cinematográficas, algunas de las cuales se alojaron  en carpas y las butacas eran macetas y en donde la gente humilde soñaba y fantaseaba. El cine incluso fue motivo de observación, incluso descalificación para intelectuales que lo estigmatizaron por considerarlo demasiado “popular”.

Desde el porfirismo hasta nuestros años, plumas del nivel de Ramón López Velarde, Amado Nervo, Luis G. Urbina, Martín Luis Guzmán, Federico Gamboa, Salvador Novo, Parménides García Saldaña, Sergio Pitol, Jorge Ibargüengoitia, Emilio García Riera, Eraclio Zepeda, Paco Ignacio Taibo II, entre otros, acercan al lector, con sus testimonios, a la vida cinematográfica en México a través de los ojos del espectador que mira el celuloide pero que también voltea hacia los demás espectadores y registra sus reacciones, sus emociones.

Para la escritora Guadalupe Loaeza, acudir a la presentación del libro fue la oportunidad de escribir un pequeño texto que llamó: “Queremos tanto a Gustavo”. Describe cuando lo conoció primero por los medios, por sus textos, después personalmente. Y como llegó a admirar “su gran memoria” siempre seguro de los mínimos detalles de alguna película, de sus extraordinarios conocimientos del cine mexicano. “Con Gustavo se podía platicar de cualquier tema, platicábamos de cocina y hasta de eso era un conocedor”, recuerda con emoción.

Antes de irse, agregó, nos dejó “un gran regalo” que es éste libro y a través del mismo no sólo conocemos lo que Luis G. Urbina y otros opinaban respecto al cine y su contexto, sino también lo que representaban para la Ciudad de México el contar con ejemplos del Art Decó en el Cine Hipódromo, así como la decoración fuera de serie del Cine Chapultepec. 

Ya muy afectado por la enfermedad, quien impartió cátedra en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, así como en la UAM Xochimilco, se preocupaba por la correcta edición de los artículos, recuerda su hija Alejandra. No obstante, la enfermedad y posterior muerte le impedirían escribir el prólogo.

Evoca también las descripciones que le hacía en referencia a los autocinemas y la ocasión en que deslumbrado le tocó ver en uno de ellos “Lawrence de Arabia”, su película favorita, y que se presentó en una gigantesca pantalla con el uso de tres proyectores. Propuso que se difunda el texto que escribió en 2002 “Adiós al Olimpia”, en el que describió con dolor la desaparición de tan significativa e histórica sala.

Alejandra destaca que ella misma estuvo a punto de nacer en una sala cinematográfica cuando Gustavo y Claudia acudieron a ver la película “Los payasos”, de Fellini y tuvieron que salir presurosos directamente al hospital.  Recuerda como años después  su padre la llevaba al Palacio Chino, al Orfeón, al Metropolitan, a aquellas grandes e inolvidables palacios de exhibición.

Poco más de un centenar de amigos y admiradores del maestro disfrutaron de las anécdotas y pasajes de la vida de quien es considerado uno de los mayores conocedores del cine mexicano e internacional. Poco más de doscientas manos dieron por concluido el encuentro con un minuto de aplausos y se respiró en esa sala de la Cineteca Nacional que Gustavo García quedó para siempre entre amigos.

Reynaldo Sandoval Torres
Periodista
 
 
 

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