Los murales del mercado Abelardo L.
Rodríguez, demandan atención del INBA y del Fideicomiso del Centro Histórico.
Los trabajos del
metrobús, ocasionaron problemas al Mercado y a murales
“Los despojaron de la
cubierta de plástico que por años los protegió”, el INBA no informó por qué lo
hicieron, denuncia Pablo Ponce Aguilar, locatario del mercado.
Tenaces como
los símbolos de lucha obrera, del campesino herido, de la famélica mujer
indígena que ofrece su débil seno a un hijo desfalleciente y que ambos se
resisten a morir.
O, los
mineros y su eterna esclavitud desentrañando riquezas del subsuelo; los pescadores,
arrebatando con sus tejidas redes, los peces al mar.
Figuras, sombras salidas
de chimeneas de las fábricas, resistentes como el acero de la hoz y el martillo
que plasmaron las dos únicas mujeres norteamericanas que en overoles subieron a
los andamios para plasmar la lucha comunista contra el desagarrados capitalismo
de donde ellas provenías, las hermanas Greenwood, Marion y Grace.
Esos bellos
murales, que el tiempo, el polvo, y el ajetreo cotidiano del paso de miles de
cuerpos por esos pasillos, llaman hoy la atención para ser conservados, para
ser revisados en las fisuras que como grietas en su cutis, empiezan a dar
avisos de ayuda antes de que marchiten.
De su origen
Fueron diez
pintores muralistas los que participaron en la decoración de lo que sería el
primer mercado público moderno en la Ciudad de México construido en 1934, al
contar con una biblioteca, un auditorio del teatro del pueblo y una guardería.
Construido
en el corazón del Centro Histórico, en un barrio popular y de obreros, el
mercado Abelardo L. Rodríguez, linda con las calles de República de Venezuela, Colombia,
Del Carmen y Rodríguez Puebla, allá atrás por calles posteriores a San
Idelfonso.
Y eso lo
decidió el general Abelardo Rodríguez, presidente de México, cuando un día de
recorrido de trabajo por esas calles, vio a los comerciantes que en suelo
ofrecían su mercancía- según relato un locatario- y entonces él decidió que en
lo fueran los terrenos del Colegio de San Pedro y San Pablo, fuera construido
un mercado, el cual al ser inaugurado llevaría su nombre.
De los diez
pintores que participaron, cuatro fueron extranjeros y seis mexicanos, entre
ellos, se encontraron algunos alumnos del pintor Diego Rivera.
Es el
contexto del maximato, que se ordena la decoración de murales en escuelas,
recintos públicos, escolares; en hospitales y mercados, con temas alusivos a la
revolución mexicana, a “reflejar al pueblo” y a izar las batallas emprendidas
por la naciente clase obrera, a denunciar en aniquilamiento que se avecinaba
por el feroz capitalismo, aún cuando fuera sólo en la forma del discurso.
En esta
única experiencia colectiva y diversa en temática como sus integrantes,
participaron:
Pablo O’Higgins,
las hermanas Marion y Grace Greenwood, Antonio Pujol, Ramón Alva Guadarrama,
Pedro Rendón, Raúl Gamboa, Ángel Bracho, Miguel Tzab y el escultor norteamericano,
Isamu Noguchi.
El resultado
de este trabajo colectivo e individual al mismo tiempo, todavía hoy se puede apreciar
este ramillete de murales multicolores. Por el grado de preparación de cada uno
de los muralistas, por su especialidad, por la misma temática, los murales no
pueden valorarse en su conjunto.
Según el cristal con que se mire, para una parte de la crítica, hay
murales de excelente factura, para otros, no llegan a las alturas de los
grandes muralistas, de los históricos.
Los murales
del mercado Abelardo L. Rodríguez nacieron contra corriente, y supervivieron a
la acérrima crítica, como a la misma inclemencia del tiempo.
Una breve
muestra de lo anterior, lo encontramos en Antonio Rodríguez, El Hombre en llamas, Historia
de la pintura mural en México. Ed. Thames and Hudson Londres, p. 230, quien
afirma:
“La mayor parte de lo que se hizo en
el Mercado L. Rodríguez murió al día siguiente de haberse pintado. La gente que
va hoy al mercado pasa por esas pinturas sin detenerse en ellas. Los propios
vendedores del mercado, que conviven diariamente con ellas no las estiman. El
pueblo no perdona que se le pinte ‘ más feo de lo que es’, ni que se le
ofrezca, constantemente, una imagen, muchas veces agrandada, de sus desdichas”.
Otro crítico
de arte, también puntualiza lo complejo de un trabajo así. James Oles, Las hermanas Greenwood en México, Ed, Conaculta,
2000. P.22, en donde señala:
“La historia de los murales pintados
en el mercado Abelardo L. Rodríguez resulta en extremo compleja, marcada pro
demoras burocráticas, disputas contractuales, rivalidades profesionales y
revueltas políticas. Aunque trabajaron separadamente en sus proyectos personales,
los artistas discutieron problemas políticos y soluciones estéticas”.
Se iniciaron
trabajos de restauración en 2009 por parte del INBA. Trabajos que no se ven
reflejados en la totalidad de la obra, al menos en la parte inferior, los que
están en las entradas principales del mercado, no muestran el colorido esperado
y empiezan a presentar algunas grietas, además de estar expuestos al smog, y al
aceite quemado que producen las cocinas económicas, que en forma de nube, se eleva
por techos y paredes.
Otro de los
murales, incluso se encuentra enclaustrado por un local del mismo mercado que
tiene actividad comercial.
Hoy Pablo
Ponce Aguilar, uno de los locatarios exhorta a las autoridades del INBA, de la
Delegación Cuauhtémoc, del Fideicomiso del Centro Histórico y al mismo jefe de
Gobierno de la Ciudad de México, “a revisar el estado de los murales y realizar
mayor difusión de los mismos y conservar este patrimonio que es de todos los
mexicanos”.
Pese al
mal augurio de la crítica, sobre el
destino y utilidad artística de los murales, éstos lucen todavía robustos, en
ocasiones sin brillo, con fisuras, pero están ahí como guardianes del tiempo,
testigos del andar cotidiano de millones de ciudadanos, hombres, mujeres y
niños, con quienes conviven, con quienes hacen sus vidas. Por ello, y por
conciencia del cuidado que hay que tener y cultivar, es preciso revisar,
colaborar y restaurar, si es que hay daño, los históricos murales del mercado
Abelardo L. Rodríguez.
Estos
murales representan la lucha por la libertad de pensamiento y expresión, de la
misma creación artística, por mantener latente el sentir de la organización
popular al demandar a sus gobernantes mejores tratos, por mantener viva la
memoria de quienes en su imaginario o realidad, contribuyeron a construir el
México postrevolucionario.
Su
permanencia, su estatus de obra cultural, también se la dieron sus habitantes,
los comerciantes, que pese a no tener, en ocasiones los conocimientos
especializados sobre el tema, saben que tienen en sus paredes, un tesoro
incalculable, que conviven con reales obras de artistas, que muchos de ellos
trascendieron en su pintura, en la forma de ver al mundo. Y son ellos los
mismos comerciantes, mujeres y hombres del mercado Abelardo L. Rodríguez, los
principales depositarios, los históricos guardianes que protegen, arropan,
cuidan a los murales -en la medida de sus posibilidades -para que sigan ahí con
ellos, junto a ellos, viviendo con ellos para el gusto y aprecio de millones de
mexicanos.
Por eso y
más, es necesario que las autoridades vuelvan los ojos a estos murales y no pase
más tiempo sin revisarlos, en su mantenimiento y difusión.
Fue muy
grata la visita a ese mercado este domingo. Por hoy, es suficiente, buenas
tardes. Buen inicio de semana.
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qué rápido reportaje juan.
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