lunes, 17 de febrero de 2014

En recuerdo de Federico Campbell


En recuerdo de Campbell

* Periodismo y literatura, sus pasiones

 
Ayer domingo por la tarde, al pasar el umbral del panteón francés, te seguía imaginando reflexivo, con tu mirada llena de alegría y una especie de calma que transmitía tu piel. De voz tenue, sostenida, decidida y quizá hasta contundente cuando te referías a la cosa pública.

Recuerdo todavía tus palabras rebotando en el eco nocturno entre las paredes del Museo de San Carlos al término de la presentación de la exposición La divina proporción de los italianos Franco Maria Ricci y Massimo Listri cuando dijiste: “Tengo una columna en Milenio pero yo creo que nadie la lee. No sé si sirva para algo”. Yo estaba a punto de realizar otra pregunta pero esa respuesta me dejó fuera de combate y pensé en los profundos espacios que generan un periódico, un periodista, para que él mismo no se vanaglorie ni se ufane de algo tan efímero como el periodismo.

 

Quizá ese comentario tuyo, no sé si muy tarde, me sirvió para medir tu humildad y para conocer de tu distancia con el poder, ese día incluso estuviste oculto tras las cámaras y las luces de la pléyade de funcionarios, políticos y gente del arte que se arremolinaban ante el editor más importante de libros de arte, Franco Maria Ricci, y el excelso fotógrafo de museos Massimo Listri, arremolinándose para tomarse la foto, excepto tú.

Años atrás, rayando el dos mil –contra el pronóstico de la exacerbada individualidad de los periodistas, su eterna competencia y poca solidaridad-, un grupo de reporteros te invitamos a impartir una charla, que se convirtió en magistral, sobre el periodismo en la Universidad Iberoamericana. Entonces estaba reciente la aparición de tu libro Periodismo escrito. Ese quizá fue el punto más cercano a ti, a tu obra, a tu pensamiento y a la peculiar forma de observar a un periodista de tintes filosóficos, escrutador implacable del  poder.

 

Otro momento fue cuando descubrí tu militancia, o al menos el registro de tu nombre, en la Unión de Periodistas Democráticos organización fundada por Antonio Caram, Luis Suárez, Renato Léduc, Granados Chapa, a quienes conocí en su madura y última etapa, y de los cuales tú también fuiste su contemporáneo.

Los periodistas Jorge Meléndez y Rogelio Hernández fueron y son los principales instigadores para que tu aceptaras acompañarlos en sus históricas luchas por reivindicar la libertad de expresión, mejor trato a los periodistas y su preparación, ideas que acompañabas al menos a lo lejos y que viviste también como periodista en tus mejores años.

 

Fuiste de esos periodistas que de la orilla alcanzaron el centro, se quedaron para brillar. Tijuana vio nacer a tu familia y a tu desarrollo intelectual, plasmaste en libros y ensayos la dualidad, los varios tiempos, las necesidades, el problema de la identidad, del empleo, del poder, del despojo y del amor, al habitar la zona fronteriza.

Fuiste un periodista directo, sin vueltas. Preparado para desencriptar el discurso del poder, para escudriñar debajo de las alfombras polvorientas en las oficinas de gobierno, para diseccionar las transparentes acciones del ejercicio y la manipulación del poder; y al mismo tiempo dejaste una estela encriptada para conocer el fondo de la estructura de tus pensamientos.

 


 
 

Tuviste una columna a la que pusiste La hora del lobo, este título es el drama de una película sueca dirigida por Ingmar Bergman y estrenada en Estocolmo en 1968. En el fragmento de ese guión se lee que: “La hora del lobo es el momento entre la noche y la aurora cuando la mayoría de la gente muere, cuando el sueño es más profundo, cuando las pesadillas son más reales, cuando los insomnes se ven”.

Qué desdicha que alguien tenga que morir para que afloren sus virtudes o en otros casos se conozcan más. Ya se sabía pero hoy hay muchos testimonios de consumados escritores que agradecen tu afanoso empeño al organizar la editorial “La máquina de escribir”, la cual vio nacer los frutos de tu filantropismo periodístico-literario hacia los jóvenes.

 

El cuento y el análisis del poder te acercaron a Juan Rulfo y al italiano Leonardo Sciasia, fueron dos pilares en los cuales bordaste, y elaboraste infinitas reflexiones que dieron por resultados sendos libros. La literatura y el periodismo encontraron en ti el acercamiento más estrecho, la frontera en un mismo pensamiento.

Un tema en donde encuentro plena coincidencia contigo fue el asesinato de Luis Donaldo Colosio, allá en Lomas Taurinas un 23 de marzo de 1994. Tu escribiste: “Nunca se sabrá realmente cómo estuvo el asesinato de Luis Donaldo Colosio en 1994. La gente sabe, lo intuye, lo siente, lo adivina, lo deduce, pero no tiene pruebas. En la lucha por el poder –para conseguirlo o conservarlo- se sobreentiende que todo se vale cuando la disputa se da entre fieras humanas, cuya baba más sutil sigue infestando nuestra memoria histórica más inmediata. No se sabe quién lo mandó matar, pero sí se siente. Hay algo que da el personaje bajo sospecha. Nadie se hubiera podido imaginar que en nuestro tiempo un hombre de mucho poder fuera capaz de mandar matar a otro político hermano, a un correligionario, a un socio, a un cómplice, a un rival, a alguien que salió del guacal pero la realidad mexicana es más fuerte que la ingenuidad política aunque no lo podamos creer sucede”.


Mi coincidencia es plena con lo que escribiste, en 1996 yo trabajaba como reportero para el programa en Blanco y Negro que se transmitía en MVS y que era conducido por Carmen Aristegui y Javier Solórzano, y fui yo quien obtuvo el cassette editado a seis cámaras en donde se registra la muerte de Colosio. Lo importante de este documento visual es que apareció y fue difundido en ese programa por Carmen y Javier lo que provocó otros análisis y protestas airadas de la gente del poder hacia el programa, hacia los directivos de MVS y al reportero.

En referencia al poder y su forma de elección en 1968, escribiste: “Los zorros nos gobiernan. Son muy astutos. Difícilmente podría uno imaginar de lo que son capaces de hacer para que no nos demos cuenta de un acontecimiento. Son muy listos. Son muy zorros.”

Al escribir sobre Ryszard Kapuscinski, al que calificaste de pata de perro por su itinerante viaje periodístico y de denuncia, señalaste: “No se hace el periodismo desde un escritorio. Sin la gente, el periodista está perdido, su profesión depende de la ayuda y la voluntad de otros. En cierto momento en lo que cambia un semáforo, puede decidirse toda su carrera, porque en esos minutos un chofer lo puede llevar a una mina de combate o puede negarse.

Tanto la humildad como la gratitud cuentan de modo crucial. La arrogancia y el despego pueden hacer que la gente lo corte y no le haga caso. De ahí que el oficio –lejos de la prepotencia de quienes cubren los corredores del poder- tiene que ejercerse con modestia. Los pueblos están llenos de historias. Basta saberlas encontrar.”

 

 
Y ayer estuvimos ahí, del otro lado del umbral  del panteón francés para despedirte tus amigos y tu familia. El irremediable recuerdo de tus escritos, de tus conceptos, de tu forma de ser, estuvo presente. Carmen Gaitán, tu querida esposa ahí, a un lado de ti, cerca de ti, como siempre y desde hace muchos años y también nuestro querido amigo, tu hijo, Federico Campbell Peña, a quienes les enviamos un fuerte abrazo.

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